Poco a poco me voy acostumbrando a hacer fotografías analógicas. Empezó por casualidad, después de comprar una cámara 上海 Seagull GC-104 tirada de precio en un mercadillo en el barrio árabe de Xian. No sabía si la compra iba a ser una cámara barata o un pisapapeles caro. Por suerte, resultó ser una ganga de la que estoy muy contento.
Con el tiempo, he ido cogiéndole el gusto a esta cámara y voy aprendiendo a conocerla poco a poco, así como también voy perdiendo el miedo a hacer fotografías (aunque me falta tanto por aprender). Uno de los puntos que más miedo me da todavía es fotografiar a desconocidos. Ese punto en el que esperas que el o la protagonista de la foto no te vea, para que la fotografía quede espontánea (¡y para no parecer un acosador!) o, por el contrario, que haga un gesto simpático y poder reflejarlo en la cámara.
Sin embargo, después de esta fotografía me he dado cuenta que merece la pena pasar por el momento de tensión, vergüenza, o lo que sea eso que a veces te frena a sacar la cámara y disparar.
Ella se sentó en el centro de la imagen. Precisamente empezamos a hablar porque ella me preguntó por mi cámara. Después de charlar un rato con toda su familia, medio en broma, medio en serio, decidimos que les iba a tomar una foto a todos juntos, en una especie de recreación de una escuela que había por ahí. Como recuerdo. Por esa conversación tan agradable que mantuvimos. Cada uno tomó su asiento, y su posición. Y ella se sentó en el centro de la imagen. Y miró a cámara.